No voy a insistir aquí sobre el estrecho vínculo entre derecho y democracia argumentado hasta el cansancio en decenas y hasta cientos de manuales y discursos, pero sin ninguna duda, letra muerta y enterrada, además, sin los gastos de velorios.
México vive un caso de absoluta desconexión entre ambos pilares cuyo resultado oscurece aún más el futuro a corto plazo del país.
¿Cómo es posible que la legislación electoral del país sea tan pobre que se constituya en el patrocinador principal del escenario kafkiano que vivimos en estas precampañas presidenciales?
¿No es una tragicomedia patética ver por todas partes a candidatos presidenciales que se comprometen a cambiar al país, pero que son incapaces de someterse a si mismos a un proceso interno de elección dentro de su propia organización?
¿Cómo puede esperarse que dinamice la democracia precisamente alguien que no tuvo que competir en condiciones de equidad con nadie para llegar a ser, nada menos, que candidato presidencial?
El escenario, claro está, pudo evitarse con una buena legislación, un mejor control jurisdiccional de la misma y claro está, voluntad política, que encausara las precampañas hacia lo que realmente deben ser, embriones del proceso democrático, en lugar de circo, retórica y farsa, que a cambio terminan por ofrecer la imagen más realista del estado de la democracia en el país.
Orestes Enrique Díaz Rodríguez
Tulum, 8 de febrero de 2018
No puedo estar mas de acuerdo contigo, estimado Orestes.
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