La oposición mexicana enfrentará una elección presidencial difícil en junio de 2024. Las razones no son pocas. Pero, una de la más visible es que contra viento y marea el respaldo popular del presidente López Obrador sustancialmente no ha mermado.
Hoy sabemos que, en América Latina, la aprobación positiva del mandatario de turno abona decisivamente al caudal de votos del candidato presidencial del oficialismo asegurando la continuidad en el poder https://scholar.google.es/scholar?lookup=0&q=Predictores+de+la+continuidad+del+oficialismo+en+America+Latina&hl=es&as_sdt=0,5 .
Sin embargo, en ciertos casos esa dinámica no se produjo y fue la oposición quien de forma sorprendente se alzó con el triunfo ante candidatos oficialistas que parecían blindados por el respaldo popular del gobernante. ¿Cuáles países vivieron esas experiencias y qué las hizo posibles?
Los casos
Tras 40 años de democracia la mayoría se concentran en Centroamérica, México y el Caribe https://congreso.amecip.com/downloads/ponencia-extenso/Diaz_AprobacionPresidencialYVoto_2023.pdf . Costa Rica experimentó dos casos consecutivos, los comicios presidenciales de 1990 y 1994 y uno per cápita El Salvador (2009), Panamá (2014), México (2012) y República Dominicana 2020. En cambio, Sudamérica apenas registra dos experiencias. La más emblemática fue durante las elecciones chilenas de 2009 y 2010 cuando la entonces presidenta Michelle Bachelet llegó a contar con un 78% de aprobación y su coalición de gobierno fue derrotada.
Posteriormente, en los comicios de 2015 se produjo la derrota del candidato presidencial kirchnerista Daniel Scioli pese a que la percepción ciudadana del desempeño de la mandataria Cristina Fernández era positiva (52% vs 48%). El entonces pretendiente por la coalición de centroderecha Cambiemos, Mauricio Macri se alzó con el triunfo. Todos los casos sucedieron en sistemas políticos donde los partidos importantes gozaban de arraigo entre sus representados.
Las razones
En todos los comicios mencionados diversas variables coyunturales jugaban a favor de la alternancia en el poder. Pero solo una resultó común a todos: el partido o coalición de gobierno fue incapaz de resolver sus conflictos internos y participó escindido en la campaña electoral.
En Chile, Argentina, República Dominicana e incluso en Panamá la división fue ruidosa. La opinión pública no tuvo duda. En general, el comportamiento fratricida siguió una secuencia. Primero, la desaprobación pública e incluso impugnación del proceso electoral interno. Segundo, el abandono del partido o coalición en el gobierno por referentes. Por último, el paso de los mismos a las filas de la oposición desde las que criticaron ácidamente la gestión del gobierno de turno http://www.publicaciones.cucsh.udg.mx/kiosko/2021/Enigmas.pdf .
En Costa Rica (1990), El Salvador y México la división fue entre bambalinas. Voló por debajo del radar de la opinión pública pese al fuerte desacuerdo de referentes y precandidatos con los resultados de la elección interna y la desmovilización de sectores tradicionales de votantes respecto a la campaña del candidato presidencial de la organización.
Básicamente, en esos siete casos descansa la teoría de que la división interna del oficialismo tiene la capacidad de obstruir la transferencia desde la alta popularidad presidencial.
La sorpresa
Pero, en los comicios presidenciales celebrados en 1994 en Costa Rica sucedió algo inédito https://revistacienciassociales.ucr.ac.cr/html/11-DIAZ178/11_DIAZ_178.html . . Previo al inicio de la campaña electoral el presidente conservador Rafael Calderón Fournier contaba con una aprobación positiva (40% vs 24%) mientras que el candidato presidencial del gobernante PUSC, Miguel A. Rodríguez, logró que su organización alcanzara la cohesión necesaria para imponerse en las urnas. Sin embargo, contra todo pronóstico el resultado de la elección favoreció al opositor liberacionista José María Figueres Olsen.
El desenlace puso en entredicho la teoría. Por primera vez, detrás de una insuficiente transferencia desde la alta popularidad presidencial no se pudo comprobar la presencia de un proceso de fractura interna del partido en el gobierno
Diversas fuentes académicas coincidieron en que la decisión del PUSC de realizar una campaña frontal agresiva y sucia emergía como la variable explicativa potencial de su derrota. El candidato oficialista atacante no consiguió que su mensaje generara el efecto deseado revirtiendo el mismo hasta dañar su propia imagen.
Una o pocas excepciones debilitan una pauta, pero son insuficientes para refutarla https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2197011 . Pero, hoy entendemos mejor que la popularidad positiva que por mucho tiempo se acreditó al presidente Calderón Fournier probablemente resulte engañosa.
En todas las encuestas de aprobación realizadas durante su mandato la no respuesta del ejercicio promedia más del 40% http://www.executiveapprovaldata.org/ . Tomando en cuenta el dato es difícil tener certeza sobre el verdadero nivel de aprobación del presidente Calderón Fournier.
El enorme universo de no respuesta pudo perfectamente contener una desaprobación presidencial oculta significativa, o cuando menos una cantidad considerable de ciudadanos indecisos respecto al desempeño presidencial. Dos subgrupos que bajo los efectos de la campaña electoral podrían terminar por inclinarse en contra de la candidatura oficialista.
Quedó entonces en tela de juicio que la campaña frontal agresiva y sucia orquestada desde el oficialismo constituya una variable con capacidad de anular la transferencia de la popularidad presidencial.
Así llegamos a las controvertidas elecciones presidenciales mexicanas de 2006 que podrían tener una sugestiva conexión con las que tendrán lugar en junio de 2024.
La conexión
En 2006 el conteo de los votos arrojó oficialmente como ganador al entonces candidato presidencial del oficialismo, Felipe Calderón.
La victoria del representante del PAN, cuya legitimidad no fue reconocida por el entonces candidato presidencial del PRD y actual mandatario en funciones Andrés Manuel López Obrador, resultó extremadamente reñida. Apenas 0.56% de diferencia, pese a que la popularidad del presidente Vicente Fox antes de iniciar la campaña era altamente positiva (66%). La pírrica victoria obtenida por el panismo cuando menos evidencia que la transferencia de la popularidad fue mínima.
En América Latina, la diferencia promedio entre el primero y el segundo lugar de la contienda cuando el presidente de turno ha contado con una percepción ciudadana de su desempeño superior al 60% y ha triunfado el candidato oficialista ha sido de 25,65 puntos. ¿Por qué razón en 2006 la diferencia apenas fue de 0,56%?
Hasta donde conocemos esa perspectiva no ha sido suficientemente investigada. Pero, parece legítimo inferir que contrario a lo que se piensa, al candidato presidencial panista le pudo haber jugado en contra la intromisión ilegal, frívola y carente de oficio político de un presidente empeñado en obstaculizar el proceso democrático para imponer en la sucesión a un candidato de su propio partido https://www.redalyc.org/pdf/607/60715249011.pdf .
Si resultara válida esa hipótesis entonces podrían ser dos las variables que, hasta el momento, han evidenciado capacidad de obstruir la transferencia de la popularidad de los mandatarios latinoamericanos. Ambos procesos provienen del interior del propio oficialismo. La división interna y la intervención ilegal y abierta del mandatario de turno en el proceso electoral.
Desde la visibilidad brindada por la experiencia comparada se perfila que rumbo a los comicios de junio de 2024 la escisión del partido en el gobierno en México parece descartada pero solo el curso de los acontecimientos podrá evidenciar lo mismo respecto a la moderación gubernamental.
Se podría deducir entonces que la oportunidad de la oposición pareciese descansar en una hipótesis sugestiva cuya validez aún no se ha comprobado y en la apuesta por la innovación. Precisamente, las últimas herramientas disponibles cuando los actores políticos se ven obligados a bregar en contra de la teoría y de la experiencia histórica.